lunes, 4 de abril de 2016



En la Trasnochada
María Jesús Mayoral Roche



Siempre me ha gustado colgar en el blog entradas alusivas a las festividades religiosas o las estaciones del año, estos dos temas me marcan el ritmo del año; sin embargo, últimamente,  me inclino más por las noticias y si tengo escrito algo que cuadra con la noticia, aprovecho la ocasión para actualizarlo: así lo hice con la entrada precedente. Para mí es vital escribir y leer todos los días; si extrajeran de mi cabeza toda la literatura que llevo dentro, irremediablemente moriría. No es una exageración, debería explicarlo pero no es éste el lugar para extenderme.
En este último mes me he visto obligada a frecuentar el hospital, uno de los míos ha estado ingresado: la lectura escogida, el sufrimiento humano y la Semana Santa han hecho que mi emocional y los recuerdos se removieran. Estas sacudidas me hacen repasar mis recuerdos y vivencias, en este caso el recorrido fue el siguiente: Semana Santa, sufrimiento humano, Jesucristo.
Jesucristo. En ese viaje por el laberinto de los recuerdos, me vino al pensamiento una pregunta. ¿A quién le interesa en estos tiempos una biografía de Jesucristo? Vamos a poner contexto a esta pregunta: la cárcel. Vamos a ponerle voz: la de un preso. Y vamos a mi respuesta, porque entré al trapo sin pensarlo. A mí, le contesté a Miguel, que así se llamaba el interno (eufemismo de Instituciones Penitenciarias). Miguel se quedó paralizado y con cara de no entender, la pregunta la había dejado caer con desdén. La vida de Jesucristo ha vertido ríos de tinta –continué, es el Personaje sobre el que más se ha escrito; yo por ejemplo –le sonreí, aprendí a leer rápido para pasar de la cartilla al libro, el libro se titulaba “Hemos visto al Señor”, la portada era en color en una época de ilustraciones en blanco y negro; se trataba de la vida de Jesucristo y aquella portada, aquel título me atraían sobremanera. Otro de los presos empezó a poner en duda la existencia de Jesucristo. Que Jesucristo existió es algo tan cierto como la existencia de Napoleón, dejemos a un lado lo religioso y si te parece nos quedaremos con la figura histórica de Cristo –le contesté. El preso con el que estaba cambiando impresiones continuó jactándose de la ingenuidad de los cristianos y de la figura de Jesús. Ahí ya arremetí, me levanté y le pregunté: ¿Acaso crees que la humanidad entera, Occidente entero es idiota? Mi díscolo alumno se quedó descabalgado. Le expliqué que no se entiende nuestra civilización sin Jesucristo; de hecho hay un antes y un después, un antes de Jesucristo y un después de Jesucristo. Estamos en el 2003 de la era cristiana.
Recuerdo que todos permanecieron atentos a mis palabras y entonces aproveché para pasarme a otro tema y seguí en mi uso de la palabra. Yo soy creyente –declaré abiertamente-, pero entiendo y respeto a los ateos, faltaría más; pero exijo también que se  respeten mis creencias, sería lo justo. Soy creyente pero no soy una meapilas, que os quede claro. No pretendo convencer ni convertir a nadie, no es esa mi tarea en la vida. Yo estoy aquí, con vosotros, porque aquella biografía de Jesucristo que leí en mi primer libro de lectura me subyugó. Jesucristo abanderó a los desfavorecidos, parias, pobres, enfermos, prostitutas, presos… Y me encantó la historia de este hombre, de esta divinidad. Ahí están sus palabras: Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. La figura de Jesucristo es el motivo que me hace estar aquí, con vosotros. Bueno… y que nadie me ha atracado. Viendo los rostros de mis interlocutores entre emocionados y perplejos, me eché a reír para romper la seriedad en la que habían caído tras oír aquella declaración. Por suerte o desgracia la clase tocaba a su fin y me despedí de ellos.
Semanas después entró en mi clase una nueva remesa de presos. Pasé lista al final y apunté a los nuevos, uno de ellos me confesó que no era preso sino un educador de la prisión y que se había colado en mi clase para enterarse de qué iba el Taller de Literatura, ya que veía a mis alumnos muy interesados en la materia; materia un poco árida, por aquello de que la cultura no triunfa en la cárcel. Sin venir a cuento, el educador me asaltó con una pregunta: Tú eres muy creyente, ¿verdad? Le contesté: Sí, soy creyente y me he declarado creyente porque algún tipo de moral hay que aplicar aquí y la más simple es la cristiana, es la mía, es mi civilización, es mi cultura; pero si tuviera que definirme te diría que soy aristótelicaplatónicaagustiniana, ¿te ha quedado claro? –le contesté así como muy desahogadamente. Lo cierto es que no me gustaron las formas de aquel educador, aquella forma de entrometerse en mi taller como oyente. Me río cuando lo recuerdo, porque yo sabía desde el principio que aquel alumno no era un preso, sino algún trabajador de la prisión, se notaba, era evidente. Además mis alumnos no se sintieron cómodos en aquella ocasión y lo noté, pasaba algo raro y es que había un intruso. Seguro que este educador se creyó muy listo al emplear aquella argucia para enterarse del método, de las artimañas que usaba para hacerles leer. En fin… Este educador más que astucia tenía artritis mental, algunos suelen confundir estos términos. De la astucia a la artritis mental no hay más que un paso: la necedad.
Y tras la Pasión viene la Gloria, la resurrección, preciosa palabra. Os dejo un vídeo que me encanta, porque tengo que decir que si el libro “Hemos visto al Señor” ha marcado mi vida; Jesucristo Superstar ha sido la película, la versión que más me gusta sobre la vida de Cristo.

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