EN LA TRASNOCHADA
María Jesús Mayoral Roche
Salir a tomar la fresca
En la trasnochada salgo al jardín “a tomar la fresca”-como decimos aquí-,
me tiendo en una hamaca junto al níspero y levanto la mirada para ver el cielo
azul lanceado por el vuelo de las golondrinas que, sintiendo el
desfallecimiento del sol, se alborotan trinando y alzando el vuelo como puntas
de flecha. Contemplando el cielo, única bóveda que cobija a la humanidad
entera, recuerdo los colores de cielos extranjeros bañados por el Mediterráneo.
Y pienso que no hay nada tan grande como el cielo azul con una nube, ni tan
inmenso como un mar rasgado por la tímida estela de un barco: hermosa gama de
azules que se diluyen para borrar el horizonte dejando al mar y al cielo
abrazarse. He visto cielos rosas, azules, blancos, grises, ambarinos,
carmesíes; mares cerúleos, metálicos, vinosos, azogados, turquesas, esmeraldas…
Y ahí está el anciano sol, único testigo de la Creación y pintor incesante,
derramando su luz más nítida para definir sus ocasos y lanzando la más potente
para anunciar sus auroras.
La noche extiende su oscuro manto y ya no hay golondrinas ni trinos; ahora
son las estrellas correnderas jugando a un dos tres chocolate inglés las que
hacen fuegos de artificio. Y puedo pasarme horas viendo estrellas y recordado
otras noches, otros mares, otros países: todos bañados por el Mediterráneo. Hay
otros mares, otros océanos; pero con otra historia. Me sumerjo en mis recuerdos
apostada desde cualquier ángulo del Mediterráneo y me llega el rumor de sus
aguas, es como si las ninfas durmientes se despertaran para avivar mi
curiosidad. Milenios de historia custodiados por olas espumosas que mecen las
miradas de quienes se asoman. Y en mi fantasía imagino el mar como el lienzo de
una gran vela desvaneciéndose y sacudiendo millares de gotas: historia líquida,
crisol de civilizaciones, de guerras, de rutas… Y nada cambia, la vida no
cambia, nos lleva de un lado a otro, como el mar cuando bambolea las olas.
En estas cosas pienso cuando tomo la fresca y la noche se adentra. Hace
calor y espero que de un momento a otro la huerta desate ese viento nocturno
que refresca los sentidos, mientras, suena el reloj de la torre anunciando que
es medianoche. Y todo sigue igual, el tiempo parece detenerse pero nada
permanece.
El cielo se ha embozado en su más oscura capa para arroparme y dentro de
unas horas, el sol se despertará para arrancarme el sueño y anunciarme un nuevo
día. Y con toda su fuerza de pintor infatigable, el gran astro volverá a
desatar sus rayos para colorear el cielo y los mares con esa gama cromática que
no respeta horizontes. Y quizá, cuando la tarde caiga y el viejo astro se
retire para morir, nos deje la luna encendida de naranja o carmín, quizá deje
centelleando en el cielo un séquito de estrellas de colores. Y todo parece no
cambiar, pero nada se detiene. Con esta trasnochada me despido de vosotros hasta septiembre. Feliz verano.