sábado, 27 de abril de 2013


Los canes de Judizmendi

Por Antonio Jiménez Peña

 


En la acera de los números pares de la Avenida de Judizmendi, que es la calle de Vitoria donde vivo, tiene su farmacia mi amigo Alonso. La amistad viene de antiguo y se debe a razones de oficio: soy actualmente un enfermo crónico y él me vende los medicamentos que necesito. Pero hay otras razones más que el puro trato mercantil, como pueden ser las charlas sobre temas políticos o económicos, —ahora tan en boga—o las arduas batallas de este “abuelo cebolleta” que él escucha con tanta paciencia.

Hoy es martes y hemos convenido que en ese día de la semana, hacemos el control de mi tensión arterial, que ahora está demasiado alta. Y para hacerlo, me encamino paseando hasta la farmacia, a fin de llegar con el pulso relajado.

— ¡Cuidado, cuidado, Antonio! Quién así me hablaba era Ethel, una de las dependientas con la que también tengo  confianza, señalándome un cuerpo que yacía en el suelo, en el centro de la estancia, entre la puerta y el mostrador—Es la señora Inés que se ha caído y herido en la cabeza—, ya hemos llamado a una ambulancia.

 La señora permanecía inerte, desmayada y tapada con una manta calorífuga de aluminio. Y al poco tiempo se formó, junto a su cabeza, un pequeño charco de sangre. En el pasaje que da al patio comunal, está la farmacia y enfrente hay un estanco y un portal de vecinos.

Pues bien, en ésa estábamos cundo dos perros pitbull que  eran adultos, fuertes y muy bien desarrollados salieron del estanco y aprovechando la apertura automática de las puertas de la farmacia, entraron en ella.

Y una vez dentro comenzaron a deslizarse sobre el suelo, con el pecho y vientre totalmente pegados a él. Se movían con el impulso de sus patas traseras y parecían que iban a atacar a la mujer, caída, de manera inminente.

   Al parecer habían olido la sangre de la mujer y su instinto ancestral les hizo manifestarse con esa actitud de fiereza.

A las personas que estábamos allí nos sorprendió con mucho desagrado el suceso—por lo que entrañaba de violento e inesperado—. El primero en reaccionar fue un veterano  muy anciano que comenzó a gritar a los perros y a instarlos para que abandonasen su presa, esgrimiendo con energía su cachaba. Los demás seguimos su ejemplo y empezamos a gritar o a patear en el suelo.

Al final los perros se atemorizaron y salieron de la farmacia hasta el pesaje antes mencionado. Allí una mujer de mediana edad, vestida a lo moderno con botas y cazadora de cuero y cinturón del mismo material pero ancho y muy herrado, comenzó a pegar a los perros en los hocicos, y supo hacerlo bien porque la obedecieron y demostraron su temor.

Cuando consiguió atarlos a una correa pasó la tensión del momento, pero el abuelo del garrote seguía manteniendo su enfado gritando a la mujer:

— ¿Cómo se te ocurre llevar sueltas a esas fieras? Ha estado a punto de ocurrir una desgracia— ¿Cómo puedes ser tan irresponsable?

— ¡No me grite usted más! Bastante avergonzada estoy como para que me atosigue de esa manera—Los perros han sido domados por mí y no pueden ser más mansos y obedientes, sépalo usted.

—Muy bien señora, pero llévelos atados como ahora los tiene—Lo dice la ley (1).

 En esos momentos llegó la ambulancia, y dos enfermeros pusieron a la mujer en una camilla, con sumo cuidado, y  la transportaron hasta ella y supongo que hasta un hospital.

    Luego, Alonso hizo el intento de tomarme la tensión, pero me encontraba tan agitado por el suceso anterior, que no quiso anotar el dato que salió, por considerar que no era representativo, por lo muy elevado, y me mandó volver al día siguiente.

    Camino de mi casa iba pensando en este caso y llegué a la conclusión de que el problema de  España no es que no haya leyes sino que nadie quiere cumplirlas. Es por tanto un problema de educación ciudadana.

    Al llegar a casa consulte la legislación existente sobre este asunto y con referencia a los perros pitbull he leído que son considerados “potencialmente peligrosos”.         
 

(1) La ley de Tenencia de Animales Potencialmente Peligrosos de 1.999 obliga que estos perros cuando está en fincas, se encuentren “atados o en un habitáculo que proteja a las personas o animales que se acerquen a ese lugar”.
En la calle, están obligados a llevarlos con bozal y cadena o correa no extensible.

 
Es evidente que en este caso tampoco se cumplió la ley.
 

Escrito en Vitoria el 05/03/2.013.

 

2 comentarios:

  1. Es terrible un hecho así, estoy de acuerdo totalmente con usted.
    La crisis no solo es económica, también lo es judicial, y como ya ha dicho usted de educación!

    ResponderEliminar
  2. Si señora, creo que las carencias en la educación hacen que fracase la convivencia. Como consecuencia el sistema político tamnién pagará sus consecuencias. Un saludo

    ResponderEliminar