lunes, 16 de diciembre de 2013


Navidad, tiempo de lectura

María Jesús Mayoral Roche
 
Positano, 5 de octubre de 1995 
    
     Hoy he paseado descalza por la desierta playa de Positano, las juguetonas olas me han chipiado: necesita sentir la vida. Ya sabes a qué me refiero: al brindis en compañía de mi sola persona. He descubierto un hotel coqueto y acogedor, en su terraza bajo unas  enormes sombrillas bamboleadas por la suave brisa he ojeado un periódico italiano a la vez que saboreaba un cremoso capuccino. Me pides en tu carta que te recomiende lecturas, esas lecturas que yo empleo como terapia. Reconozco que la lectura puede ser una excelente cura, pero no surte el mismo efecto en todas las personas. Los ha que leen sin detenerse y ya está; el resultado es que no les queda nada de lo que han leído. De nada sirve leer sin asimilar, de nada sirve leer sin aprender algo; aunque ya he asumido que la lectura en los últimos tiempos se ha convertido en un entretenimiento y poco más.
     Los hay que acostumbran o acostumbramos a leer varios libros a la vez. Me gusta llevar un libro en el bolso, tener otro en la mesita de noche y dejar alguno a medias en la mesa del despacho. Hay un libro para cada ocasión: un libro acompañante de viaje, un libro inductor al sueño, un libro como consuelo, un libro amigo, un libro de evasión, un libro para la reflexión… Baste una enumeración a modo de ejemplo, ya que la clasificación puede hacerse todo lo extensa que uno quiera y en función de sus gustos.
     Si los desplazamientos diarios los hacemos en metro o autobús, la lectura debe ser ligera. En los largos recorridos en tren, una buena biografía puede hacernos el viaje ameno. A la sombra de un árbol cualquier lectura se hace placentera, podemos escoger desde un buen texto filosófico para aquellos que les gustan las narrativas de cierta enjundia, hasta una buena novela. Nada mejor que un buen autor clásico en la cabecera de la cama que nos sumerja en el ensueño, sobre todo en estos tiempos que nos toca vivir, con esto no quiero decir que los clásicos sean aburridos; sino que pueden aportarnos el sosiego previo al sueño. Un consejo: conviene llevar, siempre que se pueda, un librito en el bolsillo para no perder el tiempo en las esperas a tardones y autobuses. El tiempo es oro y nada como la lectura para subsanar las pérdidas inevitables de éste.
     Me pides en tu carta que te cite autores. No sabría, depende… Para mí, los estoicos siempre han sido un buen soporte para mi espíritu en los momentos bajos. Cuando quiero sacar esencia a la vida para bebérmela, procuro tener a mano a los vitalistas. En mis trances rebeldes echo mano de Camus, necesito su zarpazo. Y por supuesto, nada ni nadie como los novelistas rusos para los planteamientos grandilocuentes de las pasiones. Aunque algunos dirían que para novela, novela, la francesa. Adaptemos los autores a nuestras necesidades, a nuestros momentos. No pasaré por alto a los amantes de hechos pasados y les recomendaré la novela histórica, tan de moda en estos días y que tan de calle nos lleva a los escritores a la hora escribirla.
     Siempre es preferible una buena lectura que entretenga, nos enseñe o que nos haga reflexionar, a ese otro tipo de basura que nos venden prometiéndonos, que si seguimos ciertos consejos tendremos el mundo a nuestros pies: “Cómo hacerse rico en una semana”. No te compres el libro, la respuesta es sencilla: soñando.
     Me preguntas también en tu carta, qué es lo que estoy leyendo en estos momentos. Pues aparte de mis apuntes sobre Pompeya, estoy leyendo y repasando los clásicos de Grecia y Roma. Los hay muy divertidos, ya sé que tú no estás por la labor de leerlos y que te escudas en el empacho para no acercarte a ellos; pero deberías hacer un esfuerzo, merece la pena.
     No sé si todo esto que te cuento te servirá para algo. No te puedo aconsejar un determinado tipo de lectura porque no sé lo que necesitas en este momento. Hay lecturas que sin darte cuenta hacen crecer tu interior, que te abren los ojos al mundo.
     Me gusta Positano, su enclave; aunque pasear por este pueblo resulta una tortura, demasiadas escaleras y cuestas. Esta mañana he vuelto a presenciar el indescriptible espectáculo marino de este lugar. Un mar regio y bravo enarbolaba incansablemente sus olas espumosas contra las rocas, no se rendía, poco a poco se ha ido serenando hasta recobrar su oleaje manso y constante. Desde aquí puedo escucharlo, no ruge, está apaciguado; en esta calma mis pensamientos se abandonan a los sueños.
     Un bacio.
De mi libro Cuore Ingrato (sin publicar).

lunes, 9 de diciembre de 2013

Miércoles de Cine
María Jesús Mayoral Roche
 


 
Título Original: La grande bellezza
Género: Comedia dramática
Director: Paolo Sorrentino
Actores: Carlo Buccirosso, Carlo Verdone, Franco Graziosi, Galatea Ranzi, Iaia Forte, Pamela Villoresi, Sabrina Ferilli y Toni Servillo.
Nacionalidad: Italia
Duración: 142min.
Guionista: Paolo Sorrentino.
Distribuidora: Wanda Visión.
Productora: Indigo Film, Medusa Film.
Música: Lele Marchitelli.
Fotografía: Luca Bigazz

     La Gran Belleza. La Gran belleza o la actualización de la Dolce Vita. Una película que no está destinada al gran público, añadir de paso que algunas críticas han sido demoledoras. La Gran Belleza nos muestra una Roma bellísima, como siempre, y algo más: rincones, esquinas, tomas cenitales, noches de una Roma desierta salpicada de luces, perfiles monumentales y sobre todo gente, el factor humano de esa Roma que parece no cambiar. Intelectuales decadentes, burgueses aburridos, aristócratas arruinados, monjas momificadas en vida, vividores cansados de vivir, talentos que no llegan a despuntar… La Gran Belleza es el retrato de una ciudad clásica y bella hasta la extenuación, que hace rendirse al turista diletante. Los moradores de clase alta disfrutan de esta Roma de noche, con todos los vicios que conlleva; los intelectuales que se suman a este estilo de vivir están cansados de la ociosidad en la que se han instalado los ricos. Ricos que se divierten con ese arte tan simple como estéril, que se encantan escuchando frases grandilocuentes sin sentido y hablando de banalidades.
 
     La Gran Belleza es un peliculón, con tintes estéticos de Fellini y Viconti, en el que no pasa nada, tan sólo la noche y sus moradores. Todo comienza cuando Jep Gambardella, el protagonista, cumple sesenta y cinco años y decide salir del grupo para mostrarnos el deterioro de esa gente en pleno crepúsculo  que sigue alimentando su ego, su vacío. Y todo este retrato está salpimentado con el cinismo de un escritor que consiguió el éxito con una novela de juventud y que sigue viviendo de las rentas de aquella genialidad. Las palabras finales de la película en boca del protagonista lo dicen todo. Quizá no sea una película para el gran público porque es necesario saber para comprenderla. Pondré un ejemplo. Hay que conocer el título de la música de fondo para caer en la gracia de la escena que sigue a continuación. De paso decir que la música no pasa desapercibida, entra a punto y en mi opinión eleva el relato del protagonista.
     Algunos seguidores de este blog me han preguntado si he dejado de ir al cine. No, no he dejado de ir al cine; sin embargo he abandonado este espacio por la sencilla razón de que no tiene demasiados lectores. En esta ocasión he querido hacer una excepción porque esta película se lo merece. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013



El FUTURO DE MARAVILLAS

 
      Desde que están los del PP en el gobierno los funcionarios trabajamos más, cobramos menos y tenemos menos días de vacaciones. La mayoría de la gente se alegra de estas medidas, de todos es sabido que los funcionarios tenemos mala prensa. Pero quien manda, manda, y la orden es dar caza y captura al contribuyente, al humilde ciudadano de a pie. Y luego dirá el contribuyente que los funcionarios no trabajamos... Pues estamos trabajando más que nunca inspeccionando al contribuyente para que se siga alegrando de que nos hagan trabajar más y mejor, todo esto es por obra y mandato de Montoro. Si hay crisis y encima no hay dinero; la solución son las multas, las inspecciones, la subida de impuestos y los recortes. ¡Más y más trabajo para los funcionarios! Me avergüenzo pero debo confesar, que en estos dos últimos años se han desatado mis instintos más bajos en cuestiones de trabajo, por eso me viene a la memoria la canción de La Funcionaria Asesina que cantaba Alaska, allá por los años 80. ¡Ganas dan de coger la motosierra…! De todas formas estamos a veinte de noviembre, ¡ya sólo le quedan a Montoro dos años como Ministro de impuestos y perseguidor al contribuyente! Porque hasta ahora no ha hecho otra cosa en su mandato. Bueno, también decir tontadas en lugar de dar explicaciones coherentes y racanear.
 
     Pero lo que más nos preocupa a los funcionarios es nuestro futuro, la jubilación, y me parece que lo tenemos crudo; creemos que a los que nos quedan diez años hasta llegar al día de liberación, ese bendito día en que nos corten las cadenas que nos atan a la Administración… Pues en esas estamos, pensando y casi  estamos convencidos de que ese día no va a llegar nunca, porque no habrá dinero para pagarnos la pensión y nos tendrán trabajando hasta que se nos caigan los dientes de viejos.
     Previendo el futuro que nos espera, nos estamos haciendo a la idea del nuevo mobiliario de oficina y de los accesorios que deberán ir preparando en el Ministerio de cara a tener funcionarios septuagenarios y octogenarios; si la vida y la salud lo permiten, claro. Lo cierto es que nos vemos todos, en breve, dándole al ordenador con un happylegs en los petetes y las piernas tapadas con una manta de cuadros. Hemos propuesto a los jefes, que vayan preparando una rampa con silla para subir las escaleras de la entrada. Muy importante y a tener en cuenta, esto ya como medidas de prevención de cara evitar operaciones quirúrgicas, necesitaremos unas buenas lupas de aumento y pantallas gigantes de ordenador con letras extra-grandes. Y es que al paso que vamos tampoco habrá dinero para pagar este tipo de intervenciones oculares, así que lo mejor será que vayan preparando material óptico en condiciones.
     Quiero aprovechar la ocasión de este espacio, que el universo Google me brinda, para dar una idea a toda esta gente emprendedora. Es necesario que vayan pergeñando y preparando una patente para el invento de un ratón para artríticos, pues al paso que vamos los funcionarios padeceremos esa enfermedad profesional; también sería interesante un ratón anti-temblores. A las personas mayores les suelen temblar las manos. El panorama de cara a la vejez de los funcionarios será de lo más ortopédico: una pantalla gigante de ordenador, un ratón para artríticos y dándole a los petetes con un happylegs. Todo esto será así, suponiendo que lleguemos por nuestro propio pie, porque de lo contrario que vayan preparando sillas de ruedas y ensanchando los espacios para la movilidad. Otros irán con bastón, esto puede ser un arma peligrosa en la vejez, sobre todo en casos conflictivos. ¡Menudo cuadro se le presenta al contribuyente cuando se asome a la ventanilla! Más que estar en la Administración, les parecerá visitar un pabellón de reposo. Se me olvidaba lo mejor, ¡qué fallo! El sonotone. ¡Qué bella estampa! Una cuadrilla de viejos atendiendo al contribuyente a gritos. ¡Qué! ¡Eh! ¡Ah…!

miércoles, 13 de noviembre de 2013


Recordando a Albert Camus, Combat

María Jesús Mayoral Roche
 

     El pasado 7 de noviembre se cumplieron cien años del nacimiento de Albert Camus, escritor y hombre comprometido con la época que le tocó vivir. Hace tiempo que retiré del estante de la librería El Extranjero, tuve que hacerlo. No sé por qué estaba enganchada a esa lectura, en cualquier momento me sentía atraída a coger el librito y releerlo, sin dejarlo y hasta el final; el efecto seguía siendo el mismo, no me dejaba indiferente aun sabiendo lo que iba a pasar. Verlo en el estantería suponía un reto, me decía: voy a leerlo a ver cómo me deja esta vez el estado de ánimo. Reconozco que había cierto masoquismo en este desafío, pero creo que necesitaba el impacto de esa lectura. Si el inicio era y es frío como un témpano, el resto no sabría calificarlo. Esa escritura concisa que te araña en cada línea y resumir el pensamiento del protagonista en una simple frase cargada de pesimismo y desesperanza; estas formas, me han hecho una admiradora incondicional de este escritor, periodista y filósofo. Y después de tantas lecturas, me atrevo a decir que El Extranjero es una novela que nunca quedará desfasada con el paso del tiempo, porque la naturaleza de su protagonista la ha hecho ya inmortal.
Tengo que aclarar que me tocó vivir aquella época en la que los existencialistas estaban de moda. Leer El Extranjero con dieciocho años -con los dieciocho años de hace treinta y cuatro- era una temeridad a los ojos de algunos profesores. No teníamos edad -eso nos decían. Pero el mayor peligro de aquella lectura era entenderla; comprenderla suponía una sacudida mental, suponía el descubrimiento existencial y su carga. Y descubrir la existencia en la edad de la inmortalidad creaba malestar, era como un revulsivo. Sin embargo si le pidiésemos la opinión de esta novela a un joven de nuestros días, quizá nos sentiríamos extrañados de su respuesta. Porque el perfil de un asesino como Meursault, el protagonista de una novela de hace setenta años, es totalmente actual.
Si tuviera que elegir entre toda la obra de Camus me quedaría con “El hombre rebelde” y “El primer hombre”, con sus reflexiones; esas reflexiones que a veces me han dejado paralizada, que me impiden seguir adelante en la lectura porque me obligan pensar. Y es que Camus más que hábil a la hora de analizar o argumentar es contundente, y lo hace con el peso de una verdad desnuda: ésta es su fuerza. Estamos hablando de literatura comprometida y en esto Camus ha sido uno de sus máximos exponentes, y lo es porque además de su compromiso tenía algo más, autoridad moral. Hubo otros escritores comprometidos; pero sin coherencia, vendidos a la moda del momento y sobre todo a sus mentiras.
 Hoy en día estamos faltos de pensadores, analistas y periodistas comprometidos. Pero la triste realidad me lleva a decir que nadie les haría sitio en la sociedad actual, donde escritores y periodistas se venden al mejor postor; donde los pensadores han quedado reducidos a analizar y enjuiciar conductas. Ninguno de estos se atreven a levantar el dedo acusador, ninguno se atreve a señalar: quieren llenarse los bolsillos y eso sólo consigue siendo políticamente correcto. Pero esto tampoco es una novedad. Moral y Política de Albert Camus es una recopilación de los artículos que escribió para el periódico Combat, un testimonio de los años críticos de la vida pública francesa (1944-1949). En este punto diré que la historia parece complacerse en repetirse de nuevo. Esto decía Camus en su artículo “Crítica de la nueva prensa”:
Sabíamos por experiencia que la prensa de preguerra había perdido sus principios y su moral. El afán de dinero y la indiferencia por las cosas nobles había actuado al mismo tiempo para dar a Francia una prensa que, con raras excepciones, no tenía otro propósito que acrecentar el poder de algunos, ni otro efecto que envilecer la moral de todos. No le fue, pues difícil a esta prensa convertirse desde 1940 a 1944 en la vergüenza de este país.
En su artículo “El no creyente y los cristianos”, decía así:
Hay en primer lugar, un fariseísmo laico al cual trataré de no ceder. Llamo fariseo laico a quien finge creer que el cristianismo es cosa fácil y aparenta exigir del cristiano, en nombre de un cristianismo visto desde afuera, más de lo que se exige a sí mismo. Creo efectivamente, que el cristianismo tiene muchas obligaciones, pero no corresponde a quien las rechaza recordárselas al que las acepta.
Han pasado casi setenta años desde que Camus escribiera esto, y me pregunto leyendo estos párrafos, cuánto hemos avanzado desde entonces. ¿Nada? Sin embargo Camus tuvo su espacio en su tiempo; si le hubiese tocado vivir ahora me pregunto también si le hubiesen dejado ocupar una tribuna o más bien habría sucumbido bajo la globalización: ese azote que reduce pensamientos y devora pensadores.

viernes, 1 de noviembre de 2013


Difuntos y Ánimas

María Jesús Mayoral Roche  

 
Cementerio de Carcassonne

 Amato Fabio:

         Tras conocer la trágica noticia de la muerte de Claudio, tu mejor amigo, te has recluido en una casa de la Toscana. Quieres huir del dolor, pero el dolor está dentro de ti. No tienes consuelo, los buenos recuerdos, los ratos vividos junto a él se apoderan de ti en estos momentos y te duelen en lo más hondo de tu ser. Cuando la muerte se lleva a un ser querido, una parte de nosotros muere también, algo nuestro se va con él. Tu amigo ha muerto, pero nosotros no sabemos cuánto vamos a vivir. Piensa, que los héroes y los mitos murieron jóvenes.
         Ha muerto tu primer gran valedor, tu única compañía de la infancia. De niños, él defendía tu fragilidad frente a la cruel tiranía a la que te sometían tus compañeros, que te despreciaban porque eras delgaducho y pálido, porque sabían que no podías volverte contra ellos. Malo es ser débil y mucho más parecerlo. Eras inocente, te acusaban de no hablar, de no hacer travesuras y te llamaban cobarde. Los inteligentes no son cobardes sino cautelosos, prudentes. Escapabas de los gritos, de los enfrentamientos, vivías en tu mundo; ese mundo que la imaginación nos reserva ya desde niños y nos aleja del real porque nos parece minúsculo, insignificante. Ellos no podían comprenderte y tú, sin saberlo, eras un privilegiado en tu universo de personajes ficticios y hazañas imaginarias.
         No maldigas la vida ni la muerte, para muchos es lo mismo. ¿Cuántos muertos hay entre los vivos? ¿Cuántos después de muertos siguen todavía vivos? El paso del tiempo, dicen, que lo borra todo; pero para los que amamos intensamente, no habrá un día en el que no recordemos a aquellos que han formado parte de nuestra existencia dejándonos su legado particular.
         Si te sirve de consuelo: dedica tiempo a tus muertos más queridos, coge sus fotografías y habla con ellos en tus momentos más bajos. En mi dormitorio sobre una vieja cómoda descansa una colección de fotos en sepia de mis antepasados, a algunos ni los conocí; pero es tanto lo que sé de ellos a través de los relatos de mis abuelos, que los quiero casi tanto como a ellos. Porque muchas veces no sólo quieres a los que te quieren, sino también a los que ellos han querido. Todas las noches, antes de apagar la luz, dedico la última mirada del día a esos retratos para pedirles que protejan mis sueños.
         Claudio fue tu defensor, el que te alivio en tantas ocasiones de una pesada carga, tu paño de lágrimas, el consuelo en tu desolación: seguirá estando a tu lado, no lo dudes. Volverás a pedirle consejo y razonarás de la misma forma que lo haría él, escucharás su voz.
         El tiempo borra lo malo, lo desagradable, lo que no es digno del recuerdo. Lo bueno y los buenos siempre prevalecerán, Claudio estará siempre contigo.
         Cuando frecuentaba la biblioteca del Ateneo me gustaba hacer un alto en el trabajo, y bajar a la Cacharrería para fumar un cigarrillo frente al retrato de Séneca, hablaba con él y me parecía sentirlo a mi lado; me volvían al pensamiento las frases, consejos y ejemplos que tan magistralmente supo plasmar en su obra. Si me sentía agobiada, me repetía a mí misma su lema estoico: soporta y renuncia. Lee “La consolación a la madre Helvia”, quizás veas las cosas de otra manera, la resignación como consuelo puede ser una pobre solución al sufrimiento; pero siempre hay un sitio para la esperanza. La vida sigue para los vivos, debemos continuar el camino emprendido: solos o acompañados,  tristes o felices.
         Recuerda a tu amigo cuando te llevaba esa cartera con la que tú no podías, piensa que él te seguirá ayudando. A los buenos la vida siempre les reserva lo mejor y en la muerte, forman parte de una reserva especial que nos protege. Tú mismo lo notarás, incluso puede que lo sientas a tu lado.
         Más de una vez he sentido de cerca a alguno de los míos, particularmente a mi abuelo paterno. Cuando era pequeña y mis padres se ausentaban, él me cuidaba; su espíritu dormía en la planta baja de la casa y yo en la segunda. Mis padres cerraban la puerta y yo le decía: abuelo otra vez nos han dejado solos. Él me contestaba: no te preocupes pequeña.
         Sé que estás llorando, no quiero que llores. Que no te hieran los recuerdos, que tu garganta no se ahogue por el dolor. Claudio, ese amigo que tuviste de niño, se ha convertido en tu madurez en el amigo imaginario que te faltó en tu infancia. Piénsalo así.
         En estos momentos me apena no estar a tu lado. No te aísles del mundo ni te encierres en ti mismo, no se puede huir del dolor.

         Un forte bacio.

 

Fragmento de mi libro Cuore Ingrato (sin publicar)






 
 

sábado, 26 de octubre de 2013


Un recuerdo para las víctimas

María Jesús Mayoral Roche

 

          Mi tío llevaba una carrera fulgurante, ascendió a General de División. Una fría mañana de diciembre de 1983, cuando mi tío, como todos los días, se dirigía para tomar su coche oficial; un terrorista le quitó la vida de un tiro en la nuca. Me encontraba sola en casa cuando el teléfono sonó de forma intempestiva, una vecina de mi tía llorando y casi sin poder hablar dejó escapar la palabra atentado, avisándome así de lo sucedido. Salí a la calle aturdida, me temblaban las piernas y mi cuerpo sudaba a pesar del intenso frío matinal. Tomé un taxi que me llevó a toda velocidad hasta la calle Marqués de Urquijo, entre todo el revuelo encontré a mi tía Laura, que al verme se agarró a mi cuello con una mirada impotente y el rostro sesgado por las lágrimas. Llorando me abracé a ella, de su garganta salió un lamento estremecedor.
        - ¡Irene, nos ha tocado a nosotras!
        Tirado en el suelo, recostado en el untuoso charco de su sangre, salpicado por la viscosidad de la masa encefálica desalojada por el proyectil, con el rictus deforme de una muerte violenta y los ojos apretados por el tremendo dolor del impacto; se encontraba el cuerpo sin vida de mi tío. Su guerrera caqui y sus pasadores de condecoraciones manchados de sangre, resaltaba aún más lo patético de aquella imagen; ese había sido su delito, llevar dos espadas cruzadas con dos estrellas sobre sus hombros. Ver su cuerpo convertido en el despojo de una muerte ejecutada por un animal sin escrúpulos; me producía un vómito agrio, el corazón parecía reventar mi pecho y las sienes me estallaban. Mi tía y yo, nos postramos en el suelo fundidas en un abrazo lleno de amargo dolor.
        Durante dos días fuimos carne de cañón de la prensa y la televisión, mientras los asesinos celebraban su triunfo a la vez que vitoreaban: ¡Un cabrón menos!
        La capilla ardiente se instaló en el Cuartel General del Ejército y en su patio de armas se celebró el funeral. Mientras el automóvil camino de la capilla ardiente subía las sucesivas terrazas de los jardines y tomaba las cerradas curvas, unas bilis acres venían a mi boca tragándomelas instintivamente y mi cuerpo destemplado se resentía por el brusco movimiento del coche. Mi tía, cuando pasamos ante el desnudo árbol de los "Cien Escudos", se echó a llorar mientras decía:
        - No volverá a ver amarillear en otoño las hojas del Ginkgo.
        Aquel jardín invernal, de castaños de Indias, robinias, cedros, magnolios y acacias, nos pareció desolador, enrojecido y emborronado por unas lágrimas que no cesaban.
        No sé cómo pudimos resistir aquella terrible tragedia. Llegaron numerosas coronas de flores de los distintos regimientos y unidades militares de toda España. La entrada a hombros del féretro cubierto por la bandera española y su gorra, al mismo tiempo que sonaba la parsimoniosa música militar, nos estremeció a mi tía y a mí. El ataúd fue portado por Gonzalo, su hermano, su padre, el padre de Almudena y dos Suboficiales muy queridos de mi tío. El halcón había sido derribado vilmente y nunca más volvería a remontar su majestuoso vuelo. El enorme, gris y frío patio de armas del Cuartel General lleno de militares uniformados de los tres Ejércitos, amigos y conocidos de mi tío sobrecogió a los presentes ante todo el ceremonial militar.
        La representación del gobierno fue esperpéntica; un ministro de defensa que no sabía de protocolos militares y un ministro de interior que se había convertido en los últimos tiempos en el enterrador oficial. Toda una primera fila de personajes de opereta. Tuvimos que soportar, mi tía y yo, sus fingidas caras de condolencia. Colocaron la última condecoración sobre el féretro, se le rindieron honores, se echó tierra encima, condenaron enérgicamente, le subieron la pensión de viudedad a mi tía y se contabilizó una víctima más del terrorismo: ese es el final de los que caen.

 Fragmento de mi novela Los Castaños de Indias (Edición agotada).

jueves, 17 de octubre de 2013


Personajes  y  Personajetes

Por Cayo del Pulgar 

Esta sección tiene la finalidad de ver y comparar, también la de recordar a los que hacen o hicieron historia en cualquier actividad artística o política. Ya sé que hay nombres y apellidos que pasaron a los anales de la historia, que se encuentran fácilmente en la Wikipedia; pero, quieras que no, el paso del tiempo los va cubriendo con esa patina del olvido hasta reducirlos sólo a un recuerdo. Por eso conviene refrescar de vez en cuando la memoria.
 Cuando digo personajes me refiero a los que dan la talla y cuando me refiero a los personajetes, pues eso… a los que se quedan cortos. Estoy harto de que me hagan tragar a puro de promocionar en TV, redes sociales y otros medios a cantantes que no cantan, que sólo son guapos o hijos de gente influyente; y los promocionan tanto que llegan empachar, eso sí, acaban triunfando y los llaman artistas. Por eso hemos llegado al extremo de que los artistas verdaderos no triunfan, no les dejan y lo más triste es que los estamos perdiendo. Estoy convencido de que los medios de comunicación nos están idiotizando en favor de estos artistas, que lejos de ser profesionales son aficionados y que a puro de meterlos hasta en la sopa, de hacerlos sonar, acaban triunfando en el palco escénico; creo que los espectadores y el público en general debería ser más exigente. ¿O es que quizá el público de hoy en día es menos entendido? Y esto no sólo es un fenómeno musical, sino que ocurre en todas las facetas artísticas. Llegados a este punto, conviene mencionar a los que han vivido o se han valido de la subvención: aquí no hace falta arte ni promoción, sino un carné político o valerse del amiguismo.
No voy a cargar las tintas porque una imagen vale más que mil palabras, en este caso sería una audición. Y es que entre todos los instrumentos musicales el más precioso es la voz; porque la voz sale de la garganta y se canta con el sentimiento. La voz es un don, pero la formación y la técnica son indispensables a la hora de interpretar canciones tan bellas como complejas. Para hacer este estudio comparativo he elegido una sola canción, “El Guitarrico” y la escucharemos en tres voces e interpretaciones diferentes.
En esto del “bel canto” los ha habido únicos como Miguel Fleta,

  los ha habido geniales y perfectos como Alfredo Kraus

 
y están los osados que se atreven a hacer con una canción como ésta una interpretación  aseada y poco más.
 
Para gustos se hicieron los colores; pero conviene distinguir entre una actuación normalita y la interpretación de un verdadero artista. Si queremos apostar por el arte, debemos ser exigentes. No hace falta ser un entendido para valorar estas audiciones, sólo es cuestión de sensibilidad.
Debo decir que me impactó ver en TV la figura de Nacho del Río con el cartel anunciador de las fiestas del Pilar como telón de fondo; por cierto, un cartel que parece la portada del National Geographic. Esto es algo con lo que también tenemos que tragar: que el cartel anunciador de las Fiestas en Honor a Nuestra Sra. Del Pilar sea un león. No lo entiendo, vamos, que no le encuentro la lógica ni el hilo conductor. Aunque si al león le aplicamos la lógica, al año que viene lo mismo vemos en el cartel un siluro o un mejillón cebra, puestos ya…  

 

sábado, 12 de octubre de 2013


En el día del Pilar

María Jesús Mayoral Roche

 


        He enseñado a mis hijos a sentirse "Maños". Año tras año, hemos asistido a la ofrenda de flores a la Virgen del Pilar. ¡Cómo me gustaba atar la cabecica de Miguel con el cachirulo! A Beatriz le ponían nerviosa los flecos del mantón y con cuidado disimulo le gustaba levantar la falda para contemplar las puntillas con lazos rojos entre los pasacintas. Encontraba a mi hijo vestido de baturro envuelto en la varonía de la tierra, en el orgullo que confiere el traje aragonés. El Primer año que los llevé al pueblo con ocasión de las fiestas del Pilar, mi abuela y María volvieron a revivir las festividades pasadas. Las manos encallecidas de María se esmeraron en devolver a la ropa el apresto perdido tras los años en el armario.

          En el Paseo de Independencia nos uníamos al grupo de Villamayor de Gállego. Clarita llevaba a Beatriz de la mano y yo portaba en brazos a Miguel, que se enredaba una y otra vez entre los flecos de mi mantón, apenas podía con él y con el ramo de flores. Ya en la Plaza del Pilar, ante mi Virgen con el manto tejido en flores blancas, resaltando sobre él la cruz de Lorena en claveles rojos y con mis hijos agarrados de la mano, las lágrimas afloraban a mis ojos. Mi abuela y María esperaban nuestra vuelta y salían a recibirnos en cuanto oían el motor del coche. Mis hijos llegaban agotados tras la larga espera y hechos una facha; Miguel iba con el cachirulo en la mano, perdiendo los calzones y las medias de perlé enseñando sus blancas pantorrillas. Beatriz llevaba los flecos del mantón hechos un lío, el pequeño moño despeinado y para colmo había perdido uno de mis pendientes de baturra a los que tenía en gran aprecio, ya que los conservaba desde muy niña. Estoy orgullosa porque mis hijos se sienten maños por los cuatro costados.

          ¡Cuánto siento dejar solos a mis hijos! Sí, la historia vuelve a repetirse, parece recrearse cometiendo la misma falta. La muerte de mi padre cambió mi vida por completo, se desvanecieron los proyectos, se rompió la comprensión generacional. Aquella vida que fluía con naturalidad, sin penas, quedó sesgada y las sombras fantasmagóricas de las dudas, de las preguntas hasta entonces nunca formuladas se adueñaron de mi inconsciencia de adolescente. Se murió mi padre y me quedé sola ante una madre cuya peor enemiga era ella misma. Y ahora, mis hijos se quedan solos ante un padre inflexible e intransigente. ¿Qué va a ser de ellos? Me da miedo que mi muerte trastoque el futuro de mis hijos. Le he pedido a mi tía Laura que nunca les deje solos, que les ayude en su lucha contra la imposición de las ideas cuadriculadas de Gonzalo. No quiero que mi muerte acabé con sus esperanzas, con sus proyectos de adolescentes; porque cuando hay ilusión es cuando se es feliz.

 

De mi novela Los Castaños de Indias (Edición agotada).

domingo, 6 de octubre de 2013


 
Oficios a extinguir


Hay un programa de TV que ponen y reponen a menudo, titulado “Oficios Perdidos”. Esta serie que rescata los viejos oficios artesanales que con el paso del tiempo se han ido perdiendo, creo que deberían transformarla en una más destructiva y titularla Oficios a Extinguir. Lo cierto es que entre unos y otros, tarde o temprano, ciertos oficios van a ser declarados como trabajos a extinguir.
Creo que se estarán preguntando de qué estoy hablando y estoy en el deber de ser más claro. ¿Alguno se puede imaginar el oficio de jardinero como un oficio a extinguir? ¿No? Pues yo digo que los jardineros un día de estos, en este país, será una profesión perdida. A las pruebas me remito. Zaragoza, Ciudad Inmortal. ¿Cuántos jardines, parterres, setos y flores ven? Yo, en esta ciudad, cada día veo más cemento. Los jardines de las rotondas son piedrecitas blancas y negras, algo que no requiere trabajo ni mantenimiento, tan sólo sulfatar las hierbas de vez en cuando. Esto supone un gran ahorro en plantas y mano de obra. ¿No es una idea genial sustituir los jardines por piedras o cemento? Para echar más leña al fuego y justificarse más, el consorcio político zaragozano dirá que además esta modalidad supone un gran ahorro en agua, un bien escaso y necesario para el consumo. He llegado a oír que querían quitar los árboles de algunos Paseos. Otra idea genial, así se evitan la poda y en caso de desastre natural las indemnizaciones. Se riegan con el canal las flores de Zaragoza –eso dice la jota. Y dejarán de regarse porque no habrá flores.
He dicho antes que entre unos y otros algunos oficios acabarán extinguiéndose. Otra profesión que vislumbro que va a perderse de aquí a unos años es la de maquinista de tren, más, después del siniestro ocurrido en la curva de A Grandeira. Si dejamos a un hombre como responsable de cientos de vidas, si le pagamos un pastón por esta responsabilidad, si nos piden una tarifa exorbitante por un billete de tren y encima por una negligencia humana pierdes la vida; y si para colmo no es que la máquina falle, sino que falla el responsable humano, entonces… Puesto que la máquina no falla y las señales acústicas o luminosas tampoco, lo mejor será que en un futuro los trenes vayan solos con un conductor durmiendo, que será despertado únicamente para avisarle de que pulse un botón para detener el tren. En este caso del maquinista que se despistó ocasionando una tragedia ferroviaria de las que hacen historia, hay que reconocer que hizo un flaco servicio a esta profesión. Las grandes empresas y las aseguradoras no están por apechugar con indemnizaciones millonarias a las víctimas, además del destrozo de los vagones y los gastos de las labores de rescate junto con el restablecimiento de la línea. Y como tanto las máquinas como las señales no fallan, el que sobra es el maquinista. Un tren teledirigido será más seguro que un tren en manos de un presunto maquinista despistado.
Otro oficio tendente a la extinción es el de cartero: el correo electrónico prácticamente ha triunfado ya. ¿Qué necesidad hay de comprar un sobre, un sello y echar la carta a un buzón? A eso hay que añadirle el agravante de que la carta puede extraviarse…
Los funcionarios también van a ser otra especie a extinguir. En breve el ciudadano hará todo el papeleo desde su casa conectado a un ordenador. Esto será una maravilla porque nadie te dirá: Vuelva usted mañana.
Y aún quedan más profesiones que de aquí a unos años quedarán reducidas a nada: los empleados de banca. De hecho ya han empezado a reducir las plantillas, aunque hay que decir que por otros motivos: las fusiones. Y es que los cajeros automáticos funcionan bien e internet también, todo es cuestión de perfeccionar máquinas para recolectar dinero.
Y no termino aquí. Las cajeras de los supermercados. ¿Qué necesidad hay de pagar un sueldo a una cajera? Ninguna. El cliente pasa el código de barras de cada producto por un lector, introduce una tarjeta de crédito y luego enseña a la salida el justificante de que ha pagado.
Otra especie a extinguir y esta me parece un caso serio por aquello de la espiritualidad, es la de los curas: cada vez hay menos. Bueno, también es cierto que cada vez más hay menos feligreses. En cualquier caso siempre queda la misa por televisión o un CD. El único problema es la comunión y esto puede solucionarse dejando a un feligrés jubilado o prejubilado para ir a darla, previa cita.
Y cuanto estoy diciendo no me parece exagerado ni imposible, de hecho el paso del tiempo se ha llevado por delante un número considerable de profesiones: serenos, carboneros, luceros, estañadores, charlatanes, pieleros, afiladores, paveros, colchoneros, fogoneros, cesteros…
Otra especie a extinguir es la de los viticultores de mi pueblo, en esta entrada dejo retratados a estos dos haciendo vino para el consumo de casa. Lo de estos pobres es más duro: toda la vida pensando que el vino que hacían era el mejor del mundo y con un buqué que no le tiene envidia a cualquier Rioja, para que luego te venga diciendo cualquier ignorante, que no distingue un Don Simón de un vino del Somontano, que el vino que hacen ellos es imbebible.

 

 

martes, 17 de septiembre de 2013


POSTALES CON RECUERDOS
Por María Jesús Mayoral Roche
 

CATANIA

 
Con el clásico calor sofocante del mes de julio me fui de viaje. El avión iniciaba su descenso y en cuanto vi el negro resplandor del Etna extendiendo su manto sobre los dorados rastrojos de la tierra siciliana, supuse que el aterrizaje en Catania iba a ser inmediato. Ya instalada en la coqueta habitación de un hotel que en otro tiempo fue palacio, abrí los batientes del balcón para presenciar la caída de los rayos de sol sobre los tejados de la ciudad. Sin imaginarlo, me encontré como telón de fondo con la oscura silueta del volcán coronado con una tenue nubecilla que, revestido de la luz magenta del atardecer, parecía erigirse como un anciano rey que guarda el fuego. Era el día del Carmen, entrada ya la noche, algunos de los pueblos asentados en la ladera del volcán celebraban su festividad con fuegos artificiales, salpicando su inmensa oscuridad lávica con tímidos destellos de colores. Un espectáculo natural de estas características no se ve todos los días y consciente de ello, lo bendije sintiéndolo como un privilegio que me ofrecía la vida.
En estos momentos me conformo con rescatar mis tardes en la plaza del Duomo de Catania -consagrado por supuesto a Santa Ágata-, un espectáculo algo más cotidiano. Frente a su fachada, uno elige asiento en la terraza de la cafetería que hay junto O Liotru (Fuente del Elefante), pide una granità alla mandorla con gelsi (granizada de almendra y moras) y se queda expectante. Déjale hacer el resto a tus ojos.

viernes, 13 de septiembre de 2013


En la trasnochada

María Jesús Mayoral Roche
 
Septiembre

En Villamayor de Gállego, 13 de Septiembre de 2013


Septiembre, el reencuentro: los libros, la cartera, el uniforme. A estas alturas del año suelen asaltarme los recuerdos cuando veo a las madres acompañar a sus hijos en su primer día de cole. Después de mi verano salvaje en Villamayor de Gállego, en el que pasaba gran parte del día subida a una bicicleta recorriendo la huerta y bañándome con las amigas en las acequias, además de hacer algún rastro que otro por los silos de las eras; una vez pasadas las fiestas, esas fiestas con baile en la plaza y vaquillas que todavía hoy perduran, llegaba el momento de regresar a Zaragoza para ir al colegio.
Septiembre para mí es el mes más evocador, el que me sigue marcando el ritmo del año. ¿Cómo olvidar mi primer día de colegio? Todavía lo estoy viendo, mejor dicho, sintiendo. Mi madre me arrancó de la cama, me puso en pie y me enfundó en un uniforme que parecía llevar chinchetas de lo que me picaba. El broche plateado del cinturón era lo único que llamó mi atención en medio de la oscuridad de aquel vestido tableado, al menos, la hebilla me pareció vistosa. Después vinieron los calcetines, esos calcetines de perlé marrón que mi madre había tejido con tanto mimo para que yo los luciera en mi primer día de colegio. Cómo olvidar aquellos calcetines calados grabados en mis tiernas piernecitas cuando me los quitaban. Para rematar la faena, me calzaron los Gorilas; aquellos zapatos marrones que pesaban un sentido y que no se rompían nunca. Con toda aquella indumentaria me sentía rara, me costaba esfuerzo andar y el uniforme me picaba cada vez más… Y eso que me había librado del cuello blanco; porque cuando me pusieron aquel cuello postizo sujetado con ojales y botones, por un momento pensé que mi madre me estaba estrangulando. Todo aquel peso en los pies y aquella tortura en el cuerpo me dejaron triste e inmóvil. Inconscientemente recordaba mis chanclas de goma, mis vestidos de verano sin mangas y mis carreras en triciclo.
Pero buena era yo de pequeña, menudo torbellino. Como decía mi tía: es una monada cuando duerme. Lo cierto es que aquella tortura me duró poco, pronto le encontré el divertimento al uniforme: a base de dar vueltas se levantaban los pliegues de la falda, a mayor impulso más revuelo hacía la falda. Debo añadir que yo hablaba por los codos y que era de sobra conocida en el barrio; desde el portero hasta el relojero todos se acercaron para ver a Chús vestida de colegiala. En cuanto mi madre se paraba para hablar con alguien, me soltaba de su mano y empezaba a girar como una peonza para que se levantaran los pliegues de la falda. Mi madre al ver mi nuevo baile no pudo por menos que cogerme de la muñeca para darme una sacudida, a ver si así conseguía pararme de algún modo. Con el fin de inmovilizarme decidió llevarme bien sujeta de la mano, pero ni por esas. Yo a lo mío, como no podía dar la vuelta entera, pues daba media a un lado y media al otro. Cuando mi madre me miraba de reojo en plena faena me paraba, en cuanto retomaba la conversación yo seguía a lo mío, haciendo el abanico a un lado y a otro con los pliegues. 
Lo del uniforme fue una novedad, pero la que verdaderamente hizo que me sintiese mayor fue la cartera. Aquella cartera de plástico con un asa y dibujos de muñecos  donde mi madre metió mi primera cartilla, un plumier de madera, un cuaderno y un borrador. Después vino la impresión, una fuerte impresión: la monja. En mi vida había visto una cosa igual. Una mujer vestida con un hábito negro hasta los pies, toca, velo, esclavina con un crucifijo sobre el pecho y un rosario que le colgaba de la cintura. Desde luego no me asusté cuando la monja salió a recibirnos, más bien me quedé como un mochuelo sin perder ripio de cómo me hablaba y cómo se comportaba, además dentro de la clase había bullicio y veía bonitas mesas de colores; presentía que aquello iba a ser divertido. Le dí la mano a la monja y me quedé allí tan feliz; sin embargo había otras niñas que sintiéndose abandonadas por sus madres en un lugar desconocido se echaban a llorar amargamente mostrando el velo palatino hasta la úvula.

 Cómo olvidar septiembre, cómo olvidar mi primer día de clase…